Poeta, compositora, cantante, dramaturga, guionista, narradora o "cupletista", como le gustaba definirse, Walsh es reconocida por su obra infantil, por su compromiso y su sensibilidad social. Inspiración para las nuevas generaciones de artistas, su legado literario y musical permanece intacto; tanto como su legado social y político, que la recuerda como una militante feminista de la primera hora. La recordamos con una selección de notas realizadas en su homenaje, a diez años de su muerte. María Elena Walsh nació en la localidad bonaerense de Ramos Mejía en 1930. Fue la hija menor de un matrimonio inmigrante integrado por un ferroviario con raíces inglesas e irlandesas y una madre argentina hija de andaluces. Su infancia se desarrolló con mucha libertad, decidió irse a estudiar a la Capital Federal, en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, y al poco tiempo se dio cuenta de que lo suyo era escribir. Fue por ese camino y publicó sus primeros poemas en diferentes medios de comunicación. El primero en la Revista El hogar, a los 15 años. Al fallecer su padre, en 1947, publicó Otoño imperdonable, celebrado por Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda. De a poco empezó a formar parte de un selecto círculo literario, que significó un choque para su familia, que era trabajadora y de bajo perfil. Jiménez la invitó a hospedarse una temporada en Maryland, Estados Unidos, a modo de beca para mejorar su escritura. En su juventud, Walsh leía textos de Virginia Woolf, Doris Lessing y Victoria Ocampo, que posteriormente darían lugar a una multiplicidad de artículos periodísticos, entrevistas y reflexiones en sus diferentes facetas artísticas que, si bien en ese momento no se catalogaron así, eran de corte feminista. Admiraba a Victoria Ocampo, quien años más tarde se convirtió en una gran amiga. Su intercambio epistolar entre 1960 y 1980 fue editado por Sara Facio. "Ocampo aprende muy temprano que la verdadera revolución cultural es la emprendida por las mujeres. Es testigo de las batallas libradas en las primeras décadas del siglo por las sufragistas, a quienes tiene la osadía de elogiar y agradecer». Walsh siempre escapó de los estereotipos y expectativas que se tenían sobre ella como mujer: era independiente en todos los aspectos de su vida y no dejaba que nada afectara esto. Así lo expresaba: "Nunca pensé que hiciera falta agregar moraleja al final de una canción ni decirles a los nenes que se porten bien. Nunca me interesó ponerme en el papel de madre". Al respecto, Sara Facio decía que "María Elena siempre sostuvo que la mujer lo primero que tenía que hacer era tener su independencia económica. Que a partir de ahí era su libertad para hacer lo que quería de su vida". En el año 1976, la escritora María Elena Walsh publicó "Cancionero contra el mal de ojo". Entre sus poemas se destaca "Eva" dedicado a Eva Perón, como una invitación a viajar a 1952 para redescubrir a la mujer cuya lucha abrió el camino a millones de mujeres en la historia y destacar la influencia de Evita luego de su fallecimiento. Calle Florida, túnel de flores podridas. Y el pobrerío se quedó sin madre llorando entre faroles sin crespones. Llorando en cueros, para siempre, solos. Sombríos machos de corbata negra sufrían rencorosos por decreto y el órgano por Radio del Estado hizo durar a Dios un mes o dos. Buenos Aires de niebla y de silencio. El Barrio Norte tras las celosías encargaba a París rayos de sol. La cola interminable para verla y los que maldecían por si acaso no vayan esos cabecitas negras a bienaventurar a una cualquiera. Flores podridas para Cleopatra. Y los grasitas con el corazón rajado, rajado en serio. Huérfanos. Silencio. Calles de invierno donde nadie pregona El Líder, Democracia, La Razón. Y Antonio Tormo calla «amémonos». Un vendaval de luto obligatorio. Escarapelas con coágulos negros. El siglo nunca vio muerte más muerte. Pobrecitos rubíes, esmeraldas, visones ofrendados por el pueblo, sandalias de oro, sedas virreinales, vacías, arrumbadas en la noche. Y el odio entre paréntesis, rumiando venganza en sótanos y con picana. Y el amor y el dolor que eran de veras gimiendo en el cordón de la vereda. Lágrimas enjuagadas con harapos, Madrecita de los Desamparados. Silencio, que hasta el tango se murió. Orden de arriba y lágrimas de abajo. En plena juventud. No somos nada. No somos nada más que un gran castigo. Se pintó la República de negro mientras te maquillaban y enlodaban. En los altares populares, santa. Hiena de hielo para los gorilas pero eso sí, solísima en la muerte. Y el pueblo que lloraba para siempre sin prever tu atroz peregrinaje. Con mis ojos la vi, no me vendieron esta leyenda, ni me la robaron. Días de julio del 52 ¿Qué importa donde estaba yo? No descanses en paz, alza los brazos no para el día del renunciamiento sino para juntarte a las mujeres con tu bandera redentora lavada en pólvora, resucitando. No sé quién fuiste, pero te jugaste. Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo venganzas y limosnas. Bruta como un diamante en un chiquero ¿Quién va a tirarte la última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu insólito coraje. Todas, las contreras, las idólatras, las madres incesantes, las rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que obedientes tiran hijos a la basura de la guerra, todas las que ahora en el mundo fraternizan sublevándose contra la aniquilación. Cuando los buitres te dejen tranquila y huyas de las estampas y el ultraje empezaremos a saber quién fuiste. Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, única reina que tuvimos, loca que arrebató el poder a los soldados. Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la liberación para no naufragar en espejitos ni bañarnos para los ejecutivos. Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana. Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos. Agallas para hacer de nuevo el mundo. Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones.
A 91 años del nacimiento de María Elena Walsh
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